
Anocheciendo en Donosti
Me siento a escribir y soy incapaz de expresar las sensaciones vividas durante el concierto de Ray Davies al que asistimos la semana pasada, en la playa donostiarra de la Zurriola, algunos miembros de Mi Chambergo de Entretiempo. No puedo hacer una crónica, soy demasiado subjetivo. Los Kinks han sido mi gran pasión de la infancia. El clavo al que me agarré cuando los desequilibrios adolescentes amenazaban con hacerme perder la chaveta. También ha sido el grupo que, tras una escucha más madura, me arrancaba esos sentimientos que todos deseamos tener cerca; pasión, felicidad, aquiescencia, nostalgia…
Ver a Ray Davies, el otro día, con el gesto tan triste, con apenas un hilo de voz, desafinado y mayor, muy mayor, me dejó un sabor tan amargo que solo los días han podido atenuar. A sus setenta años no esperaba un frontman saltando por el escenario, que lo hizo, ojo. Había tenido la suerte de verlo en tres ocasiones y sus anteriores conciertos me habían gustado tanto que la emoción volvía a invadirme y no temía enfrentarme al juicioso ojo chambergo. Fue el crepúsculo de mi dios, mi Waterloo particular. El sol se está apagando lentamente como lo hizo en Donostia, cuando Raymond Douglas Davies cantaba los últimos acordes de Celluloid heroes.

Gabardina y Zamarra durante la prueba de sonido de Ray Davies
El viaje pintaba espectacular y así transcurrió. Alineación de lujo chamberga que incluía desde al muy kink Gabardina, hasta al más escéptico, Chaquetón. Una noche anterior pasada por sidra en un camping que aglutinaba en su recinto vistas, surferos y un jefe de seguridad que se tomaba su trabajo demasiado en serio. Mañana de pintxos, café y primera sorpresa, Ray está haciendo la prueba de sonido y como un loco bajo las escaleras que me separan del escenario. Verlo tan cercano, un sueño. Sabía que no iba a estar en su mejor forma, solo ha dado tres conciertos este año y en el último mes ha perdido dos hermanas, sobre todo Rose que fue una madre para él y a la que escribió varias canciones.
The Kinks, Rosie won’t you please come home
Tras un baño en el mar, cerveza y muchos nervios por coger un sitio entre los fans del lugar, apareció Davies y cantó «I need you», de 1965, comienzo tan extraño como prometedor. Más todavía cuando me fijé que en la banda iba el teclista Ian Gibbons, un kink desde el 79. De la emoción pasé al estupor. ¿Qué le pasaba en la voz?, nunca fue un gran cantante, pero siempre transmitió mucho, sobre todo cuando le arropaba el timbre agudo de su hermano Dave. Según sonaban sus grandes éxitos: Tired of waiting for you, Sunny afternoon, Till the end of the day… quedaban desnudas las carencias vocales del maestro.
Entre cambio de camisa, por si se resfriaba, claro, había un gesto en la cara que nunca le había visto. Podríamos llamarlo vejez, hastío, impotencia o una mezcla de todo eso; vi al héroe derrotado. Mi héroe. Y me entró el terror. Cuando todo estaba perdido sonó «Long way from home» y todas mis tribulaciones quedaron en segundo plano. Una canción maravillosa, con voz o sin voz, coronada por un “muy bien” de Levitón que me recordó que aún seguíamos vivos y, sobre todo, afortunados de tener a Mr. Davies desgañitándose en el escenario.
A partir de ahí vino una montaña rusa: «Come dancing», «Celluloid heroes», yo quería canciones no tan conocidas, esas joyas escondidas que guardan todos los discos grabados por los londinenses en los últimos 50 años, pero en ese momento, esos temas que he escuchado un millón de veces, cantados con esa fragilidad, con esa voz descarriada que sonaba más tierna que nunca, se me hicieron enormes. Como el guerrero que se niega a morir, y que, con el puñal clavado, lanza proclamas coherentes a los cuatro vientos que nos arrancan las lágrimas.

Los Kinks en Madrid en el año 1966 (Revista Fonorama)
Antes del bis sonó «Days», y yo, me repetía a mí mismo “Ray, now I’m not frightened of this world, believe me” y para cuando llegó «Waterloo sunset» el sol se había puesto en la Zurriola. Miraba alrededor y no veía el Támesis, ni a Terry ni a Julie. La luz se apagaba y un gusto agridulce me reconcomía el paladar. “Creo que va ser la última vez que te voy a ver, mis esperanzas por ver a los Kinks juntos otra vez, se esfuman, sería como resucitar al monstruo de Frankenstein”. Pero en estos cincuenta años, desde que mi padre os vio en una sala de la calle Leganitos, en 1966, hasta la última nota de Donostia, has sido grande, enorme. Y, aunque tu luz se vaya poniendo poco a poco, todo lo que venga ahora será un bonus, te doy las gracias “por no ser como los demás”.
Ray Davies, I’m Not Like Everybody Else (Donostia 23/07/14)
POR Zamarra
Fito
Me cago en la leche si estaba yo allí y no nos vimos!
Chupa de cuero
Muy bonita paja, Sr. Zamarra… Bravo!!!
manugrooveman
Interesante crónica! Pásate por el grupo de ‘Fans de los Kinks en España’ en Facebook para hacer terapia kink 😉 Saludos
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