Friedberg, army home of Elvis Presley

Friedberg, army home of Elvis Presley

El pasado mes de agosto una reunión de trabajo me llevó a la peor ciudad del mundo. Se llama Frankfurt, está en Alemania y en ella todo es grande, feo y está en obras. Así que tras dos días allí decidí subirme a un cercanías cualquiera y explorar los alrededores en busca de algún pueblo con encanto que saciara mi sed de turisteo: Friedberg.

El primer intento resultó ser un fracaso absoluto. Tras una hora de tren, acabé dando con el Móstoles de Frankfurt en lugar de El Escorial de Frankfurt que anhelaba. De vuelta a las vías, sin embargo, aquel random ferroviario me llevó a Friedberg, un pueblecito que sí cumplía mis estándares. Su castillito, sus casitas antiguas, sus callecitas empedradas. Y su sorpresa.

La primera señal fue sutil. Por una de esas callejuelas me crucé con un tipo de patillas considerables, camisa remangada y botas de cuero. La segunda me hizo pensar que allí había algo, cuando pocos metros más adelante una pareja me adelantó apresurada, él con la misma pinta, ella con vestido años 50. A la tercera, viendo aparecer de pronto dos Cadillac relucientes en la siguiente calle mientras de fondo se escuchaba «You win again» con el inconfundible sonido de una batería en directo, ya sabía que el viaje había merecido la pena.

Friedberg, army home of Elvis Presley

http://www.elvisechoesofthepast.com/

Como tantos jóvenes americanos de la época –y como Johnny Cash siete años antes-, Elvis tuvo que cumplir su servicio militar en la Alemania de la posguerra. «Friedberg, army home of Elvis Presley». Ese es el lema del chiringuito montado para explotar turísticamente la zona más allá del castillo y la muralla. Y no es del todo cierto, pues su destino no era realmente Friedberg sino un pequeño pueblecito contiguo llamado Bad Nauheim, pero a mí me vale. Coincidiendo con el aniversario de su muerte, todos los meses de agosto se celebra en las dos localidades un pequeño festival de homenaje a un soldado americano del que los viejos –así lo aseguran ellos- aún se acuerdan.

He de decir que el festival era de un puretismo tan marcado que fueron necesarias tres visitas a la barra para conseguir una cerveza con alcohol. La anciana camarera me puso primero una 0.0 sabor manzana y aún estoy tratando de identificar qué podía ser lo segundo que me sirvió, que también sabía a manzana. En cualquier caso, resultó una tarde de lo más agradable. El que todos se tomaran la molestia de hablar en inglés y el tema de la edad avanzada no hacía más que resaltar la autenticidad del evento. Este año el festival también ofrecía un homenaje a Sun Records, así que aunque no pude disfrutar del Rey (había abandonado el edificio, al menos hasta el domingo) tuve la suerte de escuchar a Jerry Lee Lewis en directo. Aunque no pude llegar a verlo, sospecho que era más mayor el imitador que el verdadero Jerry Lee.

Eso sí, mediada la tarde saltó al escenario Johnny Cash, la persona más joven del recinto, sin contarme a mí ni a June Carter. The Cashbags, se llamaba la banda. Y la verdad es que el tipo se parecía al de Arkansas lo mismo que yo a Kortajarena, pero fue escuchar su voz sobre las guitarras de «Ghost riders in the sky» y caérseme los huevos al suelo. No era el de verdad, estaba claro a pesar de la sobredosis de manzana, pero seguramente es lo más parecido que conseguiré ver en directo. Se atrevió incluso a tocar algún tema de los American Recordings sin la banda, y os aseguro que en «The man comes around» era de escalofrío.

Al final la jornada me supo a poco (y a manzana). Un festival tamaño ChambergoFest para bisabuelos está por fuerza condenado a molar. Así que si alguna vez estáis en Frankfurt a mediados de agosto y no encontráis nada que hacer –lo contrario sería una sorpresa-, meteos el paquete de tabaco bajo la manga y pillad el primer tren a Friedberg, como hizo Elvis allá por 1958.

POR JUBÓN

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