Sufjan Stevens y el circo discreto
Meses antes del concierto que Sufjan Stevens ofreció el pasado miércoles en el Circo Price de Madrid, la señora Parca se encargó de hacerse con las entradas que, aunque bastante caras, se acabaron en poco tiempo.
El primero y el penúltimo
Como a quien le cae un examen sorpresa me vi en la tesitura de ponerme un poco al día y, para ello, decidí aprovechar los discos que teníamos en casa del músico de Detroit. El de Songs for Christmas (2006) directamente lo descarté porque me pareció más adecuado para fans ya convencidos de antemano, así que tiré de A Sun Came! (1998) y The Age of Adz (2010).
El primero me pareció una amalgama informe con una demencial mezcla de géneros que, aunque con canciones aprovechables, me hizo pensar en que eso ya nos lo había colado Beck en los noventa de manera magistral con Odelay. Luego me enteré de que era su primer disco, así que, bueno, lo perdoné y metí el siguiente CD en el radiocasete. The Age of Adz, penúltimo disco sin contar el EP All Delighted People, tiene puntos a favor de primeras como su cuidado libreto inspirado en las profecías dibujadas de un tal Royal Robertson, musicalmente contiene una especie de folk galáctico con canciones interesantes líricamente –«Vesuvius», «I Walked«- pero que por su exceso de sonidos estrambóticos (y lo dice un fan de Yankee Hotel Foxtrot y Kid A) y de su pretenciosidad -«Impossible Soul», 25 minutos…- tampoco terminó de convencerme en las primeras escuchas.
43 minutos de silencio por Carrie
Aparte de esta tímida toma de contacto, había más cosas, totalmente subjetivas, que añadir a la colección de elementos que me “tiraban para atrás”: solía vestir unas alitas en sus conciertos, tiene su estudio en Williamsburg, su gorra de hipster de manual, felizmente casado y con hijos, etc, etc . Y la gota definitiva, una garantía de prejuicio: la señora Parca llevaba cuatro años hablando de aquel maravilloso concierto en el Primavera Sound… Pero ojo! (atención! incoherencia!), porque que no parase de oír hablar de ese concierto también había conseguido que naciese en mí una creciente curiosidad por el personaje y, en segunda instancia, por su música. Así que me puse con su último disco, Carrie and Lowell (2015), y me encontré algo muy distinto a lo esperado.
En contraste con su predecesor, y aunque el anterior también se basaba en un concepto, lo que siempre me resulta atractivo, el último disco habla en su totalidad de la historia familiar de Stevens y de su madre Carrie, fallecida hace pocos años. Y siempre se me hace más digerible una historia sobre abandono y dolor que sobre extraterrestres que vendrán a la Tierra a no sé qué: Sufjan había pasado de dialogar con un volcán a recordar con crudeza la tortuosa relación con su madre -«I forgive you, mother, I can hear you And I long to be near you» en Death With Dignity o «When I was 3, 3 maybe 4 she left us at that video store» en Should Have Known Better-. Que un compositor decida hoy en día apostar por el concepto álbum, se agradece, sobre todo en la época de la dictadura del hit inmediato, en la que se nos empuja a, por así decir, ver tan solo secuencias separadas de las «películas» que cuentan los discos (¿cómo captaríamos la historia y el mensaje así?), en cambio en Carrie and Lowell te apetece continuar el álbum hasta el final: de lo contrario la historia queda incompleta y no me quiero quedar sin conocerla.
Además, comprobar que un músico al que escucho tiene detrás una historia familiar interesante (me gusta creer que un artista, haya nacido en mi barrio o en Detroit, es una persona interesante) le convierte en un personaje de ficción (?) mucho más currado, mejor dibujado, y mi espíritu cotilla se ve satisfecho: estoy actualmente muy metido en la actividad de husmear en la historia de familias ajenas gracias a mi lectura de Middlesex de Jeffrey Eugenides.
Sufjan Stevens, Parca; Parca, Sufjan Stevens
El día anterior al concierto fue martes de Superquiz. Y fue de los que se va de las manos con “tercer tiempo” en La Huelga. A todo el que me conozca le habrá venido inmediatamente una palabra a la cabeza: resaca. Efectivamente, en semejante estado pensé que me iba a dormir a las primeras de cambio pero no, enseguida caí hipnotizado por el «fingerpicking» (esta palabra la he aprendido hace poco y no puedo parar de utilizarla) frenético pero de resultado delicado de Sufjan.
En contraste con lo que me esperaba en un principio, y en consonancia con el sonido y temática del nuevo disco, Sufjan adopta ahora una pose humilde y discreta, como de luto. Ya hacia el final cambia ligeramente de vestuario (camisa de floripondios, la famosa gorra…) para atacar canciones de discos anteriores, de las que «Vesuvius» fue el punto álgido con un sonido espectacular donde pudimos distinguir hasta el flautín (término no técnico) dentro del maravilloso caos sonoro.
Se notaban las ganas de ver en Madrid a Sufjan Stevens porque el público recibió de buena gana que gran parte del concierto estuviera dedicada al nuevo disco, a lo que quizás también contribuyó la acertada iluminación y la cuidada puesta en escena consistente en una especie de ventana fragmentada a través de la cual mirar al pasado del protagonista de la noche. El respetuoso silencio de la audiencia hizo aún más impactante escuchar las letras autobiográficas de las nuevas canciones, de hecho, hasta Joaquín Reyes, que no paró de rajar en la previa, guardó silencio.
La contención se rompió por momentos justo antes de los bises, cuando se cascaron un ruidismo instrumental con final feliz que se les fue de las manos: me imagino a sus compañeros en la sala de ensayo sin atreverse a decirle al geniecillo: «Sufjan Stevens, ¿no crees que deberíamos cortar la locura esta antes de superar el cuarto de hora?» Pero fue tan solo una licencia pasajera.
Por último, añadir que otra de las sorpresas agradables fue Dawn Landes, ella fue la que más me impresionó de los tres músicos que le acompañaban en el escenario porque cada vez que sumaba su voz a la principal, el susurro se multiplicaba de manera espectacular.
Por Parca