La soledad del operador de grúa
* Relato inspirado en la canción The Loneliness of a Tower Crane Driver de la banda británica Elbow *
La ciudad se extiende hasta donde le permiten ver sus ojos. Allá arriba se siente poderoso, aposentado en su privilegiada atalaya, desde donde comanda todos los movimientos que se producen en el gran hormiguero que, como siempre, desde los albores del día, está envuelto en una frenética actividad. Martillazos, gritos, pesados bloques de metal que caen al suelo emitiendo un sonido ensordecedor. Es un día más de trabajo. Levanta la mirada. A veces, al pasar tanto tiempo controlando lo que acontece cuarenta metros más abajo, se siente indispuesto, como si estuviera surcando un océano revuelto en un pequeño barco de pesca. Sin embargo, alivia el mareo contemplando las montañas que rodean aquella ciudad.
Le gustan las alturas, ha crecido en un precioso valle, rodeado de enormes paredes por las que los íbices suben y bajan sin ninguna dificultad. Siempre se consideró uno de ellos, ayudaba a su padre con el rebaño y lo guiaba con maestría. Se siente orgulloso. Su padre era un pastor analfabeto y él ha conseguido dominar ese monstruo metálico del que dependen decenas de trabajadores más abajo. El salario es excelente, casi el doble que los peones que se parten la espalda todos los días en condiciones climáticas impredecibles. Su cabina es confortable hasta el extremo: Calefacción, espacio para estirar las piernas y hasta una radio que repite con orgullo todos los clásicos musicales de la región.
Un sonido agudo le sobresalta. Son las doce. “La hora del almuerzo” sonríe mientras saca de una bolsa el bocadillo de speck que ha preparado con mimo. Mira hacia abajo con compasión mientras los obreros se apresuran a buscar una sombra de forma desesperada. Huele a tormenta, esa pobre gente se ha achicharrado por la mañana y nadie va a salvarse del chapuzón cuando las oscuras nubes, que se ciernen más allá de las verdes cumbres, descarguen toda su antipatía. Los aprecia y sabe que son buenos jornaleros, pero él no es uno de ellos. Ha trabajado duro para llegar tan arriba y huele la envidia cuando, de manera esporádica, quedan para tomarse un trago, una vez cumplida su labor diaria.
Tras el descanso vuelve a los mandos. Maneja los ganchos y las poleas con soltura. Atrapa objetos pesados en sus garras y los envía donde son necesarios. Es un trabajo mecánico, casi tedioso, pero los errores son fatales y sabe que no debe descuidarse, aunque pasen ratos, a veces horas, sin que sus servicios sean requeridos. Es en esos momentos de calma, que reclina su pesado cuerpo en el cómodo asiento, clava la vista en el poderoso Serles, sube el volumen de la radio y vuelve a las montañas.
Efectivamente, el aguacero no se hace esperar y cae de una forma tan virulenta que hay que reducir la jornada en media hora. Baja por la resbaladiza escalera con extremo cuidado; ha estado en la cabina casi diez horas y tiene las piernas un poco entumecidas. Se junta con sus compañeros que se guarecen de la lluvia en un rincón de la obra y, a pesar de que se les nota cansados, no pueden disimular su buen humor, tanto, que le invitan a una cerveza en el bar que suelen frecuentar. Tras un momento de duda, acepta el convite, quedan todavía un par de horas para que empiece el partido y, aunque prefiere verlo en casa, sabe que una radler bien fría supone un calentamiento perfecto para la gran final.
“¡Otra ronda! Esta pobre gente gasta su humilde salario en alcohol. Normal, todo el día exponiendo su físico, querrán olvidar el dolor. Pobrecillos, son buenas personas, es un pena que no hayan podido llegar a más” reflexiona mientras apura una cerveza con limón helada.
– ¿Qué se le pasará por la cabeza? – Cuchichea uno de los trabajadores. Nunca le han visto sonreír.
– Se la habrá dejado allá arriba – explota el grupo en una carcajada.
Él sabe que, en las alturas, mientras maneja el brazo de Epimeteo, la vida se le escapa, tal y como se desvaneció esa figura cada vez más difuminada como describía aquella canción de Elbow.
* Elbow está formada por Guy Garvey, Mark Potter, Craig Potter, Richard Jupp y Pete Turner *
Por Zamarra