Los Grecos, Niebla y May en la noche de autos
Eran las once de la noche y acababa de ejecutarse el estropicio de la Roja. La plaza del Ayuntamiento de Toledo empezó a llenarse de ciudadanos y ciudadanas con semblante de circunstancia, pero había barra, hacía calor, las birras corrían de mano en mano, de boca en boca, los comentarios sobre la catástrofe de la campeona decayeron y la expectación por lo que se avecinaba creció. Íbamos a disfrutar de tres bandas míticas toledanas: Los Grecos, Niebla y May.
Justo cuando la luna llena atentamente se asomaba por detrás de los tejados entre telarañas tenues de nubes, en el escenario apareció el mítico Andrés León (Antiguo locutor de Radio Toledo), presentando al primer grupo: Niebla, quienes, al ritmo de sus canciones de siempre, cambiaron el ambiente; media hora de buena música y mejor rollo.
De nuevo Andrés León en el escenario, ahora sí, todos deseando que fueran ellos, y lo fueron: Los Grecos, dieron un repaso a todos aquellos temas: «Anduriña», «Vivo en un lugar», «Cuéntame», «La tierra de las mil danzas» y otros muchos que por razones obvias y por el ron hoy no recuerdo, pero que hicieron que todos nos levantáramos y agitáramos los cuerpos como si no hubiera pasado el tiempo ( es un decir…), en especial porque allí estaba la voz de su cantante José Luis y mi ojo izquierdo, recién estrenado, que difuminaba las figuras de ellos, actuando de filtro piadoso (“ en ese marco incomparable…”) después de más de treinta años.
Fue un momento mágico, había felicidad en esa plaza y Los Grecos tuvieron el atrevimiento de despedirse con una conocida canción de los Beatles.
Todavía resistimos para la presentación y actuación de May. Llenaron el espacio los comentarios irónicos y jocosos de su gran Fernando y de su buena música y nos fuimos yendo arropados por su popurrí de Santana: muy conseguido.
Por allí todavía andaban deambulando “los de siempre” (entre ellos Levitón y su chica que pasaron flotando camino de la barra). Nos quedaba un largo paseo de vuelta a casa, recorriendo los lugares comunes iluminados por esa luna llena, ya esplendorosa, y refrescada la noche por una ligera brisa. Gracias a los grupos de nuestro pasado habíamos olvidado el desastre de la goleada, ahora nuestra única meta era la cama.
POR JOSÉ VÁZQUEZ